Esto
sucede en los tiempos de los abuelos de aquellos que vieron como nietos a
estos, que nosotros respetamos porque llaman a nuestros padres, hijos. A
sabiendas, creo, que te imaginas que estos que nosotros denominamos “bombillas”
no eran utilizados todavía, sabrás que las noches se iluminaban con las olvidadas
y opacas velas.
Lo
que es siempre ha sido y los que nacían un día morían en otro. El problema
nunca ha sido morir de día, los funerales y entierros siempre se han llevado
con la misma lacrimógena normalidad. Ahora que las cosas cambian cuando el oeste termina de tragarse el Sol.
La
gente empezó a darse cuenta que los que morían de día pasaban a mejor vida
rápidamente. Sin embargo las almas de
aquellos que morían de noche se veían caminar por plazas y parques hasta que
amanecía; ¡habrase escuchado tal tontería, fantasmas con fobia a la oscuridad!
La
gente del añejo y fermentado antaño era muy sabia, mucho más que algunos que
hoy incluso gobiernan naciones, y formularon una solución para que sus hermanos
cuyos cuerpos ya estaban helados y tiesos
llegaran mas puntuales a si cita con San Pedro.
A
globos bien llenos de aire ataron blancas velas , de proporciones un tantito
menores a las de un cirio pascual, que se dejaban ir al aire tras pedirle a
Dios que esa vela iluminara el camino del muertito al cielo, guiándolo a Él
para evitar los extravíos. Si bien la costumbre se ha perdido vemos los cielos
ahora repletos de estrellas, que nos recuerdan a aquellos que llegaron y se
fueron para estar con Dios.
Las estrellas se ven por todas partes, a Dios iban la velas, a Él también aquellas almas, se habrá perdido la tradición, que no se nos olvide mirar al cielo, que no se nos pierdan las estrellas, que no se nos pierda Dios.